martes, 5 de octubre de 2010

La Justicia como Calidad Humana


 


Alumna: Vianey Marlén Sandoval Olguin
Materia: Teoría de la educación
Aula: #5
Bibliografía: Teorías de la educación
LA JUSTICIA COMO CUALIDAD HUMANA
La argumentación, hasta ahora, ha establecido que el buen Estado debe ser equilibrado y cada persona debe realizar su propio cometido; mientras que de acuerdo con el principio de la división del trabajo, los buenos gobernantes serán aquellos que más dotados estén por la naturaleza para serlo. Sócrates sostiene ahora que la justicia de cada individuo es análoga a la justicia del Estado. El individuo es prudente por su razón, valiente por su espíritu, temperante cuando su apetito (esto es sus deseos instintivos) y su espíritu se hallan bajo el control de la razón. Y es justo cuando cada una de sus facultades desempeña su propio trabajo y no se entromete en las funciones de los demás.
-Por fin hemos llegado, aunque con no poco trabajo, a demostrar claramente que hay en el alma del hombre tres principios que responden a cada uno de los tres órdenes del estado. –En efecto. -¿No se nos aparece como inexcusable que el particular sea prudente? –Sí. -¿Y que el particular sea valeroso de la misma manera y por lo mismo que el Estado? En una palabra, que todo aquello que contribuye a la virtud se encuentre en el uno como en el otro? –Sin duda. –Así diremos, mi querido Glaucón, que lo que hace justo al Estado hace justo al particular igualmente. –Consecuencia necesaria. –No hemos olvidado que el Estado es justo cuando cada uno de los tres órdenes de que se compone hace exclusivamente aquello que es su deber. –No creo que lo hayamos olvidado. –Recordemos, pues, que cada cual de nosotros ser justo y cumplirá su deber cuando cada una de las partes de que él mismo se compone cumpla su labor propia. –Sí, verdad es que deberemos recordarlo. -¿No incumbe a la razón el mando, puesto que en ella reside la prudencia, y toda vez que ejerce inspección sobre la totalidad del alma? ¿Y no corresponde a la cólera obedecer y secundarla? –Sí. -¿Y como podrían mantenerse en perfecto acorde esas dos partes si no es mediante la mezcla de la música y de la gimnastica de que antes hablábamos, y cuyo efecto será, por una parte, nutrir y fortificar la razón con hermosos preceptos y con el estudio de las ciencias, y, por otra parte, adulciguar y aquietar el valor con el hechizo del numero y de la armonía? –No veo ningún otro medio. –esas dos partes del alma, así educadas e instruidas en su deber, regirán el apetito sensitivo que ocupa la mayor parte de nuestra alma, que es insaciable por naturaleza. Tendrán cuidado de que después de haberse acrecentado y fortalecido ese apetito con el goce de los placeres de cuerpo, no exceda de los límites de su deber, ni pretenda atribuirse sobre el alma una autoridad que no le pertenece, y que introduciría en el conjunto un extraño desorden. – Sin duda.
-En caso de ataque exterior, adoptaran las mejores medidas para la seguridad del alma y del cuerpo. La razón deliberara, la cólera combatirá, y, secundada por el valor ejecutara la ordenes de la razón. –Perfectamente. –El hombre merece, pues, nombre de valeroso, cuando aquella parte de su alma en que la cólera reside sigue constantemente, a través de los placeres y de los trabajos, las ordenes de la razón acerca de lo que es o de lo que no es de temer. –Sí. –Es prudente por esa pequeña parte de su alma que ejerce el mando y da órdenes, única que sabe lo que es útil a cada una de las otras tres partes y a todas ellas a la vez. –Cierto es eso. -¿No es temperante por la amistad y armonía que reinan entre la parte que manda y las que obedecen, cuando estas dos últimas están de acuerdo que es la razón a quien corresponde mandar, y no le disputan la autoridad? –La templanza no puede tener más principio que ése, así en el Estado como en el particular. –Finalmente, asimismo, será justo por cuanto acabamos de decir. –Indudablemente.
-¿Hay –algo, ahora, que nos impida reconocer que la justicia en el individuo es la misma que en el estado? –No lo creo. –Sí todavía nos quedase alguna duda en ese respecto, haremos que desaparezca, por los absurdos que trae aparejados consigo. -¿Cuáles? –Por ejemplo: si se tratase respecto de nuestro Estado o del particular formado con su arreglo a su modelo por la naturaleza y educación, de examinar entre nosotros si ese hombre podría distraer en provecho suyo un deposito de oro o de plata, ¿Piensas que nadie le creería más capaz de una acción como esa, que aquellos que no se parecen a él? –No pienso tal cosa. -¿No será, igualmente, incapaz de saquear templos, de hurtar, de traicionar al Estado o a sus amigos? –Sí -¿Y de faltar en algún modo a sus juramentos y promesas? –Sin duda. –El adulterio, la falta de respeto hacia los padres y de piedad hacia los dioses, serán otros tantos delitos de que se hará menos culpable que cualquier otro. –En efecto. –Y la causa de todo ello, ¿No es la subordinación establecida entre las partes de su alma, y la aplicación de cada una de ellas a cumplir con sus deberes? –Mal podría ser otra. –Pero ¿Conoces alguna otra virtud, fuera de la justicia, que pueda formar hombre de ese carácter? –En verdad que no. –Vemos, pues, ahora, con toda claridad, lo que al principio no pasábamos de entrever. Apenas pusimos mano al plan de nuestro estado, cuando alguna actividad nos ha hecho tropezar con un modelo de la justicia. –Verdad es. –Así, mi querido Glaucon, cuando exigíamos que el que hubiese nacido para ser zapatero, carpintero, o para cualquier otra arte, hiciese bien su oficio y no se entremetiese en ninguna otra cosa, trazábamos la imagen de la justicia. Así hemos conseguido nuestro fin por ese medio. –Evidentemente. –La justicia, en efecto, se asemeja a lo que prescribíamos nosotros en que no se detiene en los actos eternos del hombre, si no que regula lo interior del mismo no permitiendo que ninguna parte de su alma haga otra cosa que aquello que le es propio, y prohibiéndoles que recíprocamente se usurpen sus respectivas funciones. Quiere que el hombre, después de haber señalando debidamente a cada cual de las funciones que propiamente le incumben, después de haberse hecho dueño de sí mismo, después de haber establecido orden y concordia entre esas tres partes, de haber puesto entre ellas un acorde perfecto, como entre los tres tonos extremos de la armonía, la octava, la baja y la quinta, y entre los restantes tonos intermedios, si existen, después de haber ligado entre si todos los elementos de que está compuesto, de suerte que de su conjunto un todo bien regido y concertado, quiere –digo- que entonces comience a obrar el  hombre, ya se proponga a acumular riquezas, ya cuidarse de su propio cuerpo, ya acogerse a la vida privada, ya intervenir en los asuntos públicos; que en todas circunstancias del hombre de acción justa y hermosa de toda acción que haga nacer y mantenga en el ese hermoso orden, y el nombre de prudencia a la ciencia que preside las acciones de esa naturaleza y que, por lo contrario, llame acción injusta a la que destruya en el ese orden, e ignorancia a la opinión que preside semejantes acciones. –Nada mas cierto, mi querido Sócrates, que lo que dicen.
-Así no temeremos a equivocarnos mucho si aseguramos que hemos hallado que es un hombre justo, un Estado justo, y en qué consiste la justicia. –Nada tendremos que tener. -¿Lo aseguramos, entonces? -¡Sí, por Zeus! –Sea. Réstanos ahora, me parece, examinar que sea la injusticia. –Sin duda. -¿Es acaso otra cosa que una sedición entre las tres partes de alma, que se dirigen a aquello que no es de su incumbencia, usurpando ajeno oficio; una sublevación porque esta naturalmente hecha para obedecer a aquello que está hecho para mandar? De ahí, diremos, de ese desorden y de esa perturbación nacen la injusticia e intemperancia, la cobardía y la ignorancia. En una palabra todos los vicios. –Ciertamente. –Puesto que conocemos la naturaleza de la justicia y la injusticia, así mismo conocemos la naturaleza de las acciones justas e injustas. -¿Cómo así? –Porque hacen respecto del alma lo mismo que respecto del cuerpo hacen las cosas sanas y nocivas. -¿En qué? –Las cosas sanas dan la salud. Las cosas nocivas engendran enfermedad. –En efecto. –Parejamente, las acciones justas producen la justicia; las acciones injustas, la injusticia. –Indudablemente. –Dar la salud es establecer entre los diversos elementos de la constitución humana el equilibrio natural que somete unos a otros. Engendrar enfermedades es hacer que uno de esos elementos impere sobre los otros, o sea denominado por ellos, contra las leyes de la naturaleza. –Es verdad. –por la misma razón, producir la justicia es establecer entre las partes del alma la subordinación que en ella ha querido poner la naturaleza. Producir la injusticia es dar una parte sobre las demás un imperio que va contra la propia naturaleza. –Perfectamente.
-La virtud es, pues, sí así puedo expresarme, la salud, la belleza, la buena disposición del alma; el vicio, por el contrario, es su enfermedad, su deformidad y flaqueza. –Así es como dices. -¿No contribuyen las acciones honestas a promover en nosotros la virtud, y las acciones deshonestas a producir el vicio? –Sin duda. –No tenemos pues, más que examinar si es útil hacer acciones justas, aplicarse a aquello que es honesto, y ser justos, seamos o no tenidos por tales, o cometer injusticias y ser injustos, aun cuando no hubiésemos de temer ser castigados por ello y obligados por el castigo a hacemos mejores. –Pero, Sócrates, me parece ridículo que nos detengamos por más tiempo en semejante examen; porque si, agotado por completo el cuerpo, hácese insoportable la vida, aun cuando transcurra entre deleites y honores y en opulencia, con mayor motivo habrá de ser para nosotros una carga cuando el alma, que es su principio, esté alterada y corrompida, aun cuando por otra parte tuviésemos poder para hacer cuanto se nos antoje.

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Vianey Marlén Sandoval Olguin
15-SEPTIEMBRE-2010

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